Un campo de girasoles muertos. Parece un páramo seco, marrón, que no es más que una infinidad de plantas seniles que cabizbajas esperan su inevitable final.
Si no hubiera estado buscando un sujeto para fotografiar, este texto ya habría terminado. Pero aquel día frené e hice silencio. Un segundo, dos, tres... "¡uh, mirá esa araña!". 
No faltaba vida ni belleza, faltaban ojos para verla. 
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